martes, 30 de octubre de 2012

Naufragio de los Argonautas

Dosso Dossi: Los Argonautas en la costa de Libia.

Así habló Anceo con lágrimas, y todos aquellos que tenían conocimientos sobre barcos dieron su consentimiento; pero los corazones de todos se entumecieron y la palidez cubrió sus mejillas. Y así como los hombres, como espectros sin vida,  vagan por una ciudad esperando el resultado de la guerra o de la peste o de alguna poderosa tormenta que supera con mucho los trabajos incontables de los bueyes, cuando las imágenes de su propia armonía explotan y se hunden ensangrentadas y se oyen quejidos en los templos, o cuando a mediodía el sol recurre a la noche en el cielo y las estrellas brillan claras a través de la niebla; así, en aquel momento, a lo largo de la playa sin fin vagaban los caudillos buscando a tientas su camino.

Luego inmediatamente la oscuridad vino sobre ellos; y lastimosamente se abrazaron los unos a los otros y se dijeron adiós con lágrimas, para poder caer en la arena y morir, cada uno aparte de su compañero. Y así de esta manera fueron más allá para elegir un lugar de reposo; y envolvieron sus cabezas en sus capas y, en ayunas y sin alimentar, yacieron toda la noche y todo el día, esperando una muerte lastimera. Pero aparte, las doncellas acurrucadas juntas se lamentaban al lado de Medea, la hija de Eetes. Y así como cuando, abandonados por su madre, los pájaros sin plumas para volar que han caído desde una grieta en la roca pían estridentemente; o cuando en las orillas del río Pactolo que fluye hermosamente, los cisnes elevan su canto, y alrededor el prado cubierto de rocío y la corriente hermosa del río se hacen eco de él; así las doncellas, echando en el polvo su pelo dorado, se lamentaron toda la noche con su gemido lastimero.

Y allí todos, los más valientes de los héroes, habrían dejado la vida sin un nombre y desconocidos para los hombre mortales, con su tarea inacabada; pero mientras estaban prendidos por la desesperación, las ninfas heroínas, guardianas de Libia, tuvieron piedad de ellos, aquéllas que una vez encontraron a Atenea, en el tiempo en que saltó de la cabeza de su padre Zeus con resplandeciente armadura, y la bañaron en las aguas de Tritón. Era mediodía y los rayos de sol más feroces abrasaban Libia; ellas estaban cerca de Jasón, el hijo de Esón, y retiraron ligeramente la capa de su cabeza. Y el héroe abatió sus ojos y miró a un lado en señal de reverencia hacia las diosas, y mientras él yacía aturdido en soledad, ellas se dirigieron a él abiertamente con palabras amables:

"Desdichado, ¿por qué estás tan herido por la desesperación? Sabemos que fuiste en busca del vellocino de oro; conocemos cada fatiga tuya, todas las poderosas hazañas que forjaste en tus viajes por la tierra y el mar. Nosotras somos las solitarias, las diosas de la tierra, que hablamos con voz humana, las heroínas, las guardianas y las hijas de Libia. Levántate, pues; no estés así afligido en tu miseria y levanta a tus compañeros. Y enseguida que Anfítrite haya soltado el carro de rápidas ruedas de Poseidón, entonces da a tu madre una recompensa por todo el trabajo que tuvo cuando te dio a luz durante tanto tiempo de su vientre y podrás volver a la tierra divina de Acaya."

Apolonio de Rodas. Argonáutica, IV, 1277-1329.