lunes, 27 de mayo de 2013

El destino de Tlepólemo


Píndaro (s. VI-V a.C.)

Yo quiero proclamar mi mensaje para ellos, la muy poderosa raza de Heracles, y narrar correctamente desde el principio, desde Tlepólemo, la historia que concierne a todos ellos. En efecto, por el lado del padre, se ufanan de descender de Zeus, mientras que, por el de la madre, son descendientes de Amyntor, a través de Astidamía. Pero en las mentes de los hombres se tejen innumerables errores y es imposible descubrir qué es lo mejor que le puede suceder a un hombre ahora y en el momento final. Porque en verdad, Tlepólemo, el fundador de esta tierra,  golpeando a Licimnio, el hermano bastardo de Alcmena, con un bastón de fuerte madera de olivo al salir de la cámara de Midea, lo mató con ira. Las perturbaciones de la mente llevan por mal camino, incluso a un hombre sabio. Tlepólemo fue y buscó el oráculo del dios. Para él, el dios de cabellos dorados habló, desde su santuario fragante, de un viaje en barco desde la costa de Lerna directamente a [Rodas], la tierra de pastos con el mar a su alrededor, donde una vez el gran rey de los dioses derramó sobre la ciudad una lluvia de nieve de oro, cuando, por las habilidades de Hefesto con el hacha de bronce forjado, Atenea saltó de la cabeza de su padre y lloró en voz alta con un potente grito. El Cielo y la Madre Tierra se estremecieron ante ella. Entonces, incluso el dios [Helios] que da la luz a los mortales, hijo de Hiperión, ordenó a sus queridos hijos que observasen la obligación que pronto iba a ser debida: habrían de ser los primeros en construir para la diosa un altar visible a todos los hombres y, estableciendo un holocausto sagrado, calentar el espíritu del padre y de la hija que truena con su lanza. La reverencia, que arroja la excelencia y las alegrías sobre los hombres, es la hija de la previsión.

Píndaro. Odas olímpicas, VII, 20-44.