martes, 28 de abril de 2015

El nacimiento de Marte


Dijo Flora: Marte, también, nació por mi estratagema; quizá no lo sepas y ruego que Júpiter, que hasta ahora no lo sabe, no pueda saberlo nunca. La sagrada Juno, apenada porque Júpiter no necesitó sus servicios cuando Minerva nació sin una madre, fue a quejarse a Océano de las obras de su marido; cansada por el viaje, paró ante mi puerta. Tan pronto como la vi dije:"¿Qué te trae aquí, hija de Saturno?" Ella expuso cuál era la meta de su viaje añadiendo sus razones. Yo la consolé con palabras amistosas. "Mi aflicción, dijo ella, no se alivia con palabras. Si Júpiter se ha convertido en padre sin el uso de una esposa y une los dos títulos en una sola persona, por qué yo he de perder la esperanza de ser madre sin un marido y de parir sin contacto con un hombre, siempre suponiendo que soy casta. Probaré todas las pócimas del ancho mundo y exploraré los mares y las profundidades del Tártaro." Su discurso habría continuado, pero en mi cara hubo una súbita mirada de duda. "Ninfa, tú pareces tener algún poder para ayudarme", dijo. Tres veces deseé prometerle ayuda, pero tres veces mi lengua se calló: la ira del gran Júpiter me llenó de miedo. "Ayúdame, te lo ruego, dijo, el nombre del que me ayude permanecerá secreto y acudiré a la divinidad del agua estigia para que sea mi testigo." "Tu deseo, dije, será cumplido por una flor que me fue enviada de los campos de Oleno. Es la única flor de su clase en mi jardín." El que me la dio me dijo: "Toca también con esta flor a una novilla estéril y será madre." La toqué y sin dilación fue madre. Inmediatamente arranqué la pegajosa flor con mi pulgar y toqué a Juno y ella concibió cuando ésta tocó su seno. Y ahora embarazada pasó a Tracia y dejó las costas de Propóntide; su deseo le fue concedido y nació Marte. En memoria del nacimiento que me debía, dijo: "Ten tú también un lugar en la ciudad de Rómulo."

Ovidio. Fastos, V, 229-260

miércoles, 15 de abril de 2015

Lucha de dánaos y troyanos


Como las olas impelidas por el Céfiro se suceden en la ribera sonora, y primero se levantan en alta mar, braman después al romperse en la playa y en los promontorios, suben combándose a lo alto y escupen la espuma; así las falanges de los dánaos marchaban sucesivamente y sin interrupción al combate. Los capitanes daban órdenes a los suyos respectivos, y éstos avanzaban callados (no hubieras dicho que les siguieran a aquéllos tantos hombres con voz en el pecho) y temerosos de sus jefes. En todos relucían las labradas armas de que iban revestidos. — Los teucros avanzaban también, y como muchas ovejas balan sin cesar en el establo de un hombre opulento, cuando al ser ordeñadas oyen la voz de los corderos; de la misma manera elevábase un confuso vocerío en el ejército de aquellos. No era igual el sonido ni el modo de hablar de todos y las lenguas se mezclaban, porque los guerreros procedían de diferentes países.— A los unos los excitaba Ares; a los otros, Atenea, la de los brillantes ojos, y a entrambos pueblos, el Terror, la Fobo y la Discordia, insaciable en sus furores y hermana y compañera del homicida Ares, la cual al principio aparece pequeña y luego toca con la cabeza el cielo mientras anda sobre la tierra. Entonces la Discordia, penetrando por la muchedumbre, arrojó en medio de ella el combate funesto para todos y acreció el afán de los guerreros.

Homero, Ilíada, IV, 422-445. (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)