Como las olas impelidas por el Céfiro se suceden en la ribera sonora, y
primero se levantan en alta mar, braman después al romperse en la playa y
en los promontorios, suben combándose a lo alto y escupen la espuma;
así las falanges de los dánaos marchaban sucesivamente y sin
interrupción al combate. Los capitanes daban órdenes a los suyos
respectivos, y éstos avanzaban callados (no hubieras dicho que les
siguieran a aquéllos tantos hombres con voz en el pecho) y temerosos de
sus jefes. En todos relucían las labradas armas de que iban revestidos. —
Los teucros avanzaban también, y como muchas ovejas balan sin cesar en
el establo de un hombre opulento, cuando al ser ordeñadas oyen la voz de
los corderos; de la misma manera elevábase un confuso vocerío en el
ejército de aquellos. No era igual el sonido ni el modo de hablar de
todos y las lenguas se mezclaban, porque los guerreros procedían de
diferentes países.— A los unos los excitaba Ares; a los otros, Atenea,
la de los brillantes ojos, y a entrambos pueblos, el Terror, la Fobo y
la Discordia, insaciable en sus furores y hermana y compañera del
homicida Ares, la cual al principio aparece pequeña y luego toca con la
cabeza el cielo mientras anda sobre la tierra. Entonces la Discordia,
penetrando por la muchedumbre, arrojó en medio de ella el combate
funesto para todos y acreció el afán de los guerreros.
Homero,
Ilíada, IV, 422-445. (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)
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