Hasta aquí, pues, las que se dice fueron sus actividades antes de su mando en las Galias. Esta época —con las guerras que libró a continuación y las campañas con las que domeñó la Galia— supone como si dijéramos un nuevo comienzo en su carrera, pues le hizo adoptar un nuevo género de vida y
encaminarse a nuevas empresas. Allí tuvo ocasión de revelarse como un guerrero y estratega en absoluto inferior a los generales más grandes y admirados del pasado; es más, si se lo compara con los Fabios, los Escipiones o los Metelos, con los militares de su tiempo o de la época inmediatamente anterior —Sila, Mario, los dos Lúculos o el propio Pompeyo, cuya gloria florecía entonces por todo lo alto gracias a su polifacético talento militar—, con sus hazañas César sobrepasa a todos ellos, al uno por la dificultad de los lugares en que combatió, al otro por la extensión de tierra conquistada, a éste por el número y fortaleza de los enemigos vencidos, a aquél por la singularidad y doblez de los pueblos que se supo conciliar, al uno por su moderación y mansedumbre para con los prisioneros, al otro por sus regalos y favores hacia sus compañeros de campaña, y a todos por el gran número de batallas libradas y de enemigos aniquilados. En efecto, durante los escasos diez años que duró la guerra de las Galias, tomó por la fuerza más de ochocientas ciudades, sometió a trescientas naciones y se enfrentó en diferentes batallas a tres millones de enemigos, acabando con la vida de un millón y capturando el mismo número de prisioneros.
Plutarco. Vidas paralelas. César, 15.
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