Respondióle Afrodita, hija de Zeus:
— ¡Hera, venerable diosa, hija del gran Cronos! Di qué quieres; mi corazón me impulsa a realizarlo, si puedo y es hacedero.
Contestóle dolosamente la venerable Hera:
— Dame el amor y el deseo con los cuales rindes a todos los inmortales y a los mortales hombres. Voy a los confines de la fértil tierra para ver a Océano, padre de los dioses, y a la madre Tetis, los cuales me recibieron de manos de Rea y me criaron y educaron en su palacio, cuando el longividente Zeus puso a Cronos debajo de la tierra y del mar estéril. Iré a visitarlos para dar fin a sus rencillas. Tiempo ha que se privan del amor y del tálamo, porque la cólera anidó en sus corazones. Si apaciguara con mis palabras su ánimo y lograra que reanudasen el amoroso consorcio, me llamarían siempre querida y venerable.
Respondió de nuevo la risueña Afrodita:
— No es posible ni sería conveniente negarte lo que pides pues duermes en los brazos del poderosísimo Zeus.
Dijo; y desató del pecho el cinto bordado, de variada labor, que encerraba todos los encantos: hallábanse allí el amor el deseo, las amorosas pláticas y el lenguaje seductor que hace perder el juicio a los más prudentes. Púsolo en las manos de Hera, y pronunció estas palabras:
—Toma y esconde en tu seno el bordado ceñidor donde todo se halla. Yo te aseguro que no volverás sin haber logrado lo que te propongas.
Así habló. Sonrióse Hera veneranda, la de los grandes ojos; y sonriente aún, escondió el ceñidor en el seno.
Homero. Ilíada, XIV, 193-223.
Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910.
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