Ante sus dudas, se le ofrecio la siguiente señal prodigiosa. Un hombre de extraordinaria estatura y belleza aparecio de repente, sentado en un lugar cercano, tocando una flauta; habiendo acudido en masa para oirle, ademas de los pastores, una multitud de soldados de los puestos vecinos, y entre estos tambien trompetas, le arrebato a uno de ellos su instrumento, se lanzo hacia el rio y, comenzando a tocarlo con enorme aliento, se dirigio a la otra orilla. Entonces dijo César: "Vayamos a donde nos llaman los prodigios de los dioses y la iniquidad de nuestros enemigos. La suerte esta echada".
Suetonio. Vida de los doce césares. Julio César, 32.
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