Dijo Atenea:
—¿Querrás obedecerme, hijo valeroso de Licaón? ¡Te atrevieras a disparar
una veloz flecha contra Menelao! Alcanzarías gloria entre los teucros y
te lo agradecerían todos, y particularmente el príncipe Alejandro; éste
te haría espléndidos presentes, si viera que al beligero Menelao le
subían a la triste pira, muerto por una de tus flechas. Ea, tira una
saeta al ínclito Menelao, y vota sacrificar a Apolo Licio, célebre por
su arco, una hecatombe perfecta de corderos primogénitos cuando vuelvas a
tu patria, la sagrada ciudad de Zelea.
Homero. Ilíada, IV, 93-103.
Los primeros a comparecer fueron los efesios, alegando que Diana y Apolo no eran naturales de Delo, como vulgarmente se cree; antes bien, había en su tierra una selva llamada Ortigia, junto al río Cencrio, donde Latona, cercana al parto y arrimada a un olivo, que aún permanece, parió a aquellas deidades. Que por orden de estos dos dioses se consagró aquella selva; que el mismo Apolo, después de haber muerto los cíclopes, evitó en este lugar la ira de Júpiter; que poco después el padre Libero, victorioso en la guerra de las amazonas, perdonó a todas las que con humildad pudieron acogerse al altar; que la ceremonia de este templo había sido aumentada con permisión de Hércules, cuando era señor de Lidia, sin que durante el imperio de los persas se le menoscabase su derecho, el cual, observado después por los macedones, lo había sido también por nosotros.
Tácito. Anales, III, 61.
Pausanias insinua que fue en Delos
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