Cuando Mario oyó estas cosas, sirviéronle de placer y trató
de sosegar a los soldados diciéndoles que de ningún modo
desconfiaba de ellos, sino que, guiado de ciertos oráculos,
aguardaba el tiempo y lugar oportunos para la victoria.
Porque llevaba en su compañía en litera con cierto respeto a
una mujer de Siria llamada Marta, que se decía era profetisa,
y de su orden hacía ciertos sacrificios. Habíala antes
amenazado el Senado porque se mezclaba en estas cosas y en
querer predecir lo futuro; pero después, como acogiéndose a
las mujeres hubiese dado algunas pruebas, y más particularmente
a la de Mario, porque puesta a sus pies había casualmente
adivinado entre los gladiadores quién sería el que venciese,
la mandó ésta adonde estaba Mario, que la miró con
admiración, y por lo común la hacía llevar en litera.
Adornábase para los sacrificios con doble púrpura, y usaba de
una lanza toda en rededor ceñida de cintas y coronas. Tenía
esta farsa en incertidumbre a la mayor parte de las gentes,
no sabiendo si el dar así en espectáculo a aquella mujer
nacía de que Mario lo creyese de veras, o de que lo fingía y
aparentaba. En cuanto al maravilloso prodigio de los buitres,
refiérelo Alejandro Mindio, y es que antes del vencimiento
se aparecían siempre dos en derredor de la hueste, y la
seguían sin desampararla, siendo conocidos por sus collares
de bronce: pues los soldados lograron cogerlos, y puestos los
collares, los soltaron. Desde entonces, reconociendo a los
soldados, les hacían agasajos, y en viéndolos éstos en las
marchas se regocijaban, esperando algún buen suceso.
Mostráronse por aquel tiempo diferentes señales, las que
tenían en general un carácter común; pero de Ameria y Tuderto
se refirió que se veían de noche en el cielo espadas y
escudos de fuego, que al principio se notaban separados, mas
después chocaban unos con otros en la forma y con los
movimientos que lo ejecutan los hombres que pelean, y, por
fin, cediendo unos y siguiendo los otros, todos venían a caer
hacia Occidente. Por el propio tiempo también de Pesinunte
vino Bataces, sacerdote de la gran madre, anunciando que la
Diosa le había hablado desde su tabernáculo diciendo que iban
los Romanos a disfrutar de la victoria y triunfo más señalados.
Diole asenso el Senado, y decretó edificar a la Diosa un
templo en señal de victoria, y cuando Bataces estaba para
comparecer ante el pueblo con el designio de anunciarlo, se
lo estorbó el tribuno de la plebe Aulo Pompeyo, llamándole
impostor y echándole a empellones de la tribuna, lo que sólo
sirvió para conciliar mayor crédito a su narración; porque no
bien se puso Aulo en camino para su casa, disuelta la junta,
cuando se le encendió una tan fuerte calentura, que se hizo
cosa muy notoria y pública entre todos haber muerto de ella
dentro del séptimo día.
Plutarco. Vida de Cayo Mario, 17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario