Sila, una vez convertido en el amo de Roma, no pudiendo conseguir ni con promesas ni por miedo que Cornelia — la hija de Cina, quien había ejercido el poder en solitario— se divorciase de César, le confiscó la dote. La causa de la animosidad de César contra Sila era su parentesco con Mario: en
efecto, Mario el viejo estaba casado con Julia, hermana del padre de César, y de ella tuvo a Mario el Joven, que era primo hermano de César. Al principio Sila, ocupado como estaba en innumerables asesinatos, no se preocupaba de César, pero él, no dándose por contento, se presentó ante el pueblo para solicitar el sacerdocio, aunque era apenas un muchacho. Sila, oponiéndose en secreto, consiguió que César fracasara en su intento y comenzó a pensar en hacerlo desaparecer; cuando algunos le decían que no tenía sentido matar a un muchacho de tan poca edad, él replicó que eran ellos los que no tenían seso si eran incapaces de ver en ese muchacho a muchos Marios. Cuando este rumor llegó a oídos de César, fue a ocultarse durante bastante tiempo entre los sabinos, moviéndose de un sitio para otro; más tarde, cuando a causa de una enfermedad se hacía trasladar de noche a otra casa, cayó en manos de unos soldados de Sila que iban haciendo pesquisas por aquellos lugares para apresar a quienes se escondían. César consiguió persuadir a Cornelio, el comandante del grupo, para que lo
dejara libre previo pago de dos talentos, y acto seguido bajó a la costa y se embarcó para Bitinia con el fin de presentarse ante el rey Nicomedes. Tras pasar cierto tiempo junto a él, se embarcó de regreso y fue apresado en las inmediaciones de la isla Farmacusa por los piratas que por aquel entonces
ya infestaban el mar con grandes escuadras e innumerables embarcaciones.
Plutarco. Vidas paralelas: César, I.
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