viernes, 12 de julio de 2013

Ofrenda troyana a Atenea


[Dijos Heleno Priámida:] ¡Eneas y Héctor! Ya que el peso de la batalla gravita principalmente sobre vosotros entre los troyanos y los licios, porque sois los primeros en toda empresa, ora se trate de combatir, ora de razonar, quedaos aquí, recorred las filas, y detened a los guerreros antes que se encaminen a las puertas, caigan huyendo en brazos de las mujeres y sea motivo de gozo para los enemigos. Cuando hayáis reanimado todas las falanges, nosotros, aunque estamos abatidos, pelearemos con los dánaos porque la necesidad nos apremia. Y tú, Héctor, ve a la ciudad y di a nuestra madre que llame a las venerables matronas; vaya con ellas al templo dedicado a Atenea, la de los brillantes ojos, en la acrópolis; abra la puerta del sacro recinto; ponga sobre las rodillas de la deidad, de hermosa cabellera, el peplo que mayor sea, más lindo le parezca y más aprecie de cuantos haya en el palacio, y le vote sacrificar en el templo doce vacas de un año, no sujetas aún al yugo, si apiadándose de la ciudad y de las esposas y niños de los troyanos, aparta de la sagrada Ilión al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuya braveza causa nuestra derrota y a quien tengo por el más esforzado de los aqueos todos. Nunca temimos tanto ni al mismo Aquileo, príncipe de hombres que es, según dicen, hijo de una diosa. Con gran furia se mueve el hijo de Tideo y en valentía nadie con él se iguala.

(Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)

Homero. Ilíada, VI, 77-101

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