miércoles, 30 de abril de 2014

Las Moiras según Hesíodo


Y después [Zeus] se desposo con la espléndida Temis, que le dio a luz a las horas, a Eunomia, a Dica y a la floreciente Irene, quienes maduran los trabajos de los hombres mortales; y a la Moiras a quienes el sapientísimo Zeus concedió los mayores honores, Cloto, Lacesis y Atropos, que dan a los hombres mortales la facultad de poseer bienes o de sufrir males.

Hesíodo. Teogonía, 901-905.

Los hombres que eran más viejos y en los cuales la edad había prendido estaban todos juntos fuera de las puertas y elevaban sus manos hacia los benditos dioses, temiendo por sus propios hijos. Pero éstos estaban otra vez ocupados en el combate y detrás de ellos estaban las negras Moiras, entrechocando sus dientes resplandecientes de blancura, esas diosas de ojos feroces, horribles, ensangrentadas, invencibles, que se disputaban a los guerreros caídos sobre la arena. Todas, alteradas por la negra sangre, extendían sus largas uñas sobre el primer soldado que caía muerto o herido recientemente y las almas de las víctimas eran precipitadas a la morada de Plutón en el frío Tártaro. Apenas saciadas de sangre humana, arrojaban detrás de ellas los cadáveres y volvían con grandes pasos en medio del tumulto y la carnicería. Allí aparecían Clotho, Lachesis y más abajo Atropos que sin ser una gran diosa, era más poderosa y más vieja que sus hermanas. Las tres, encarnizadas sobre el mismo guerrero, se lanzaban mútuamente horribles miradas y en su furor entrelazaban sus uñas y sus manos atrevidas.

Hesíodo. El escudo de Heracles, 245-264.

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