Él pasó la jornada a la vista de todos, asistiendo como espectador a unos combates de gladiadores; un poco antes de anochecer tomó un baño y entró en el comedor, donde estuvo por poco tiempo con los invitados a la cena; cuando había ya oscurecido se levantó, departió amablemente con los presentes y les pidió que aguardasen su vuelta; con anterioridad había dicho a unos pocos de sus amigos que lo siguieran, pero no todos por el mismo camino sino cada uno por un sitio. Montó en uno de los carruajes de alquiler y en un primer momento se dirigió por otro camino, pero después torció en dirección a Ariminio. Una vez llegado al río que separa la Galia Cisalpina del resto de Italia—Rubicón es su nombre— , se puso a reflexionar, pues según se iba aproximando más y más al peligro sentía vértigo ante la envergadura de su propia audacia; después detuvo la marcha. Mientras duró esta parada, en silencio y para sí mismo sopesó repetidamente su decisión, oscilando entre una y otra posibilidad y cambiando innumerables veces de opinión; también comunicó largamente sus dudas con los amigos presentes, entre ellos Asinio Polión, tratando de conjeturar los grandes males que causaría a la humanidad el paso del río y también la memoria de la posteridad sobre este episodio. Finalmente, cediendo a un impulso, como si abandonara la reflexión y se dejara llevar hacia el futuro, pronunció la frase que es el preludio común de quienes se lanzan a empresas difíciles y osadas: «Lancemos el dado», y procedió a cruzar el río. El resto del trayecto lo hizo ya a la carrera, y cayendo sobre Ariminio antes del alba ocupó la ciudad. Se dice también que la noche antes del paso del río tuvo un sueño nefando, pues le pareció tener comercio inconfesable con su propia madre.
Plutarco. Vidas paralelas. Julio César, 32.
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domingo, 7 de abril de 2019
jueves, 4 de abril de 2019
En esto se anunció que César se había apoderado de Arimino
En esto se anunció que César se había apoderado de Arimino, gran ciudad de Italia, y que marchaba directamente hacia Roma con todo su ejército. Pero esta noticia era falsa, pues marchaba con no más de trescientos caballeros y cinco mil soldados de infantería. Él no había esperado al resto de sus tropas, que estaban al otro lado de los Alpes, porque prefería lanzarse por sorpresa contra los enemigos cuando ellos estaban en desorden y no esperaban su ataque, antes que darles tiempo de prepararse para el combate. Así pues, cuando llegó a orillas del río Rubicón, que marcaba el límite de la provincia que se le había concedido, se detuvo en silencio y dedicó un tiempo a reflexionar consigo mismo sobre la magnitud de su atrevimiento. Después, como aquellos que se lanzan desde un precipicio a un abismo profundo, hizo callar a la razón, apartó la vista del peligro y, gritando ante los presentes sólo estas palabras en griego: «La suerte está echada», hizo que su ejército cruzase el río.
Plutarco. Vidas paralelas. Pompeyo, 60.
Plutarco. Vidas paralelas. Pompeyo, 60.
Hasta aquí, pues, las que se dice fueron sus actividades
Hasta aquí, pues, las que se dice fueron sus actividades antes de su mando en las Galias. Esta época —con las guerras que libró a continuación y las campañas con las que domeñó la Galia— supone como si dijéramos un nuevo comienzo en su carrera, pues le hizo adoptar un nuevo género de vida y
encaminarse a nuevas empresas. Allí tuvo ocasión de revelarse como un guerrero y estratega en absoluto inferior a los generales más grandes y admirados del pasado; es más, si se lo compara con los Fabios, los Escipiones o los Metelos, con los militares de su tiempo o de la época inmediatamente anterior —Sila, Mario, los dos Lúculos o el propio Pompeyo, cuya gloria florecía entonces por todo lo alto gracias a su polifacético talento militar—, con sus hazañas César sobrepasa a todos ellos, al uno por la dificultad de los lugares en que combatió, al otro por la extensión de tierra conquistada, a éste por el número y fortaleza de los enemigos vencidos, a aquél por la singularidad y doblez de los pueblos que se supo conciliar, al uno por su moderación y mansedumbre para con los prisioneros, al otro por sus regalos y favores hacia sus compañeros de campaña, y a todos por el gran número de batallas libradas y de enemigos aniquilados. En efecto, durante los escasos diez años que duró la guerra de las Galias, tomó por la fuerza más de ochocientas ciudades, sometió a trescientas naciones y se enfrentó en diferentes batallas a tres millones de enemigos, acabando con la vida de un millón y capturando el mismo número de prisioneros.
Plutarco. Vidas paralelas. César, 15.
encaminarse a nuevas empresas. Allí tuvo ocasión de revelarse como un guerrero y estratega en absoluto inferior a los generales más grandes y admirados del pasado; es más, si se lo compara con los Fabios, los Escipiones o los Metelos, con los militares de su tiempo o de la época inmediatamente anterior —Sila, Mario, los dos Lúculos o el propio Pompeyo, cuya gloria florecía entonces por todo lo alto gracias a su polifacético talento militar—, con sus hazañas César sobrepasa a todos ellos, al uno por la dificultad de los lugares en que combatió, al otro por la extensión de tierra conquistada, a éste por el número y fortaleza de los enemigos vencidos, a aquél por la singularidad y doblez de los pueblos que se supo conciliar, al uno por su moderación y mansedumbre para con los prisioneros, al otro por sus regalos y favores hacia sus compañeros de campaña, y a todos por el gran número de batallas libradas y de enemigos aniquilados. En efecto, durante los escasos diez años que duró la guerra de las Galias, tomó por la fuerza más de ochocientas ciudades, sometió a trescientas naciones y se enfrentó en diferentes batallas a tres millones de enemigos, acabando con la vida de un millón y capturando el mismo número de prisioneros.
Plutarco. Vidas paralelas. César, 15.
martes, 19 de marzo de 2019
On the expiration of his Praetorship
On the expiration of his Prætorship, Cæsar received Iberia
for his province, but as he had a difficulty about arranging matters
with his creditors, who put obstructions in the way of his leaving
Rome, and were clamorous, he applied to Crassus, then the richest man
in Rome, who stood in need of the vigour and impetuosity of Cæsar to
support him in his political hostility to Pompeius. Crassus undertook
to satisfy the most importunate and unrelenting of the creditors, and
having become security for Cæsar to the amount of eight hundred and
thirty talents, thus enabled him to set out for his province. There is
a story that as Cæsar was crossing the Alps, he passed by a small
barbarian town which had very few inhabitants and was a miserable
place, on which his companions jocosely observed, "They did not
suppose there were any contests for honors in such a place as that,
and struggles for the first rank and mutual jealousy of the chief
persons:" on which Cæsar earnestly remarked, "I would rather be the
first man here than the second at Rome." Again in Spain, when he had
some leisure and was reading the history of Alexander, he was for
a long time in deep thought, and at last burst into tears; and on his
friends asking the reason of this, he said, "Don't you think it is a
matter for sorrow, that Alexander was king of so many nations at such
an early age, and I have as yet done nothing of note?"
Plutarco. Vidas paralelas: César, 11.
Plutarco. Vidas paralelas: César, 11.
Now Cicero was a friend of Clodius
Now Cicero was a friend of Clodius, and in the
affair of Catilina found him a most zealous assistant and
guardian of his person; but as Clodius in answer to the
charge relied on not having been in Rome at the time,
and maintained that he was staying in places at a very
great distance, Cicero bore testimony that Clodius had
come to his house and spoken with him on certain
matters; which was true. However people did not
suppose that Cicero gave his testimony from regard to
truth, but by way of justifying himself to his wife
Terentia. For Terentia had a grudge against Clodius on
account of his sister Clodia, who was supposed to wish to
marry Cicero, and to be contriving this by the aid of one
Tullus, who was one of the nearest companions and
intimates of Cicero, and as Tullus was going to Clodia,
who lived near, and paying attention to her, he excited suspicion in Terentia. Now as Terentia was of a sour
temper and governed Cicero, she urged him to join in
the attack on Clodius and to give testimony against him.
Many men also of the highest character charged Clodius
by their testimony with perjury, disorderly conduct,
bribing of the masses, and debauching of women. Lucullus
also produced female slaves to testify that Clodius
had sexual commerce with his youngest sister when she
was the wife of Lucullus. There was also a general
opinion that Clodius debauched his other two sisters, of
whom Marcius Rex had Terentia and Metellus Celer
had Clodia to wife, who was called Quadrantaria, because
one of her lovers put copper coins for her in a purse pretending
they were silver and sent them to her; now the
smallest copper coin the Romans called Quadrans. It
was with regard to this sister that Clodius was most
suspected. However as the people on that occasion set
themselves against those who bore testimony and combined
against Clodius, the judices being afraid procured
a guard for their protection, and most of them gave in
their tablets with the writing on them confused. It
turned out that those who were for acquitting him were
the majority, and some bribery was also said to have been
used. This led Catulus to say when he met the judices,
“Indeed you did ask for a guard to protect you, for you
were afraid that some one should take your money from
you.” Upon Clodius saying to Cicero that his evidence
had no credit with the judices, Cicero replied, “However,
five-and-twenty of the judices gave me credit, for so
many of them voted against you; but thirty of them
gave you no credit, for they did not vote for your acquittal
till they had received their money.” Cæsar, however,
when called, gave no evidence against Clodius, and he
denied that he had convicted his wife of adultery, but
that he had put her away, because Cæsar’s wife ought
not only to be free from a shameful act, but even the
report of it.
Plutarco. Vidas paralelas: Cicerón, 29.
Plutarco. Vidas paralelas: Cicerón, 29.
While Pompeia was now celebrating this festival
While Pompeia was now celebrating this festival, Clodius, who was not yet bearded, and for this reason thought that he should not be discovered, assumed the dress and equipment of a female lute-player and went to the house looking just like a young woman. Finding the door open, he was safely let in by a female slave who was in the secret, and who forthwith ran off to tell Pompeia. As there was some delay and Clodius was too impatient to wait where the woman had left him, but was rambling about the house, which was large, and trying to avoid the lights, Aurelia's waiting-woman, as was natural for one woman with another, challenged him to a little mirthful sport, and as he declined the invitations, she pulled him forward and asked who he was and where he came from. Clodius replied that he was waiting for Abra the maid of Pompeia, for that was the woman's name, but his voice betrayed him, and the waiting-woman ran with a loud cry to the lights and the rest of the company, calling out that she had discovered a man. All the women were in the greatest alarm, and Aurelia stopped the celebration of the rites and covered up the sacred things: she also ordered the doors to be closed and went about the house with the lights to look for Clodius. He was discovered lurking in the chamber of the girl who had let him in, and on being recognised by the women was turned out of doors. The women went straightway, though it was night, to their husbands to tell them what had happened; and as soon as it was day, the talk went through Rome of the desecration of the sacred rites by Clodius, and how he ought to be punished for his behaviour, not only to the persons whom he had insulted, but to the city and the gods. Accordingly one of the tribunes instituted a prosecution against Clodius for an offence against religion, and the most powerful of the senators combined against him, charging him, among other abominations, with adultery with his sister, who was the wife of Lucullus. The people set themselves in opposition to their exertions and supported Clodius, and were of great service to him with the judices, who were terror-struck and afraid of the people. Cæsar immediately divorced Pompeia, and when he was summoned as a witness on the trial, he said he knew nothing about the matters that Clodius was charged with. This answer appearing strange, the accuser asked him, "Why have you put away your wife?" to which Cæsar replied, "Because I considered that my wife ought not even to be suspected." Some say that this was the real expression of Cæsar's opinion, but others affirm that it was done to please the people who were bent on saving Clodius. However this may be, Clodius was acquitted, for the majority of the judices gave in their votes written confusedly, that they might run no risk from the populace by convicting Clodius nor lose the good opinion of the better sort by acquitting him.
Plutarco. Vidas paralelas: César, 10.
Plutarco. Vidas paralelas: César, 10.
He received the first proof of the good will
He received the first proof of the good will of the people towards
him when he was a competitor against Caius Popilius for a military
tribuneship, and was proclaimed before him. He received a second
and more conspicuous evidence of popular favour on the occasion of the
death of Julia the wife of Marius, when Cæsar, who was her
nephew, pronounced over her a splendid funeral oration in the Forum,
and at the funeral ventured to exhibit the images of Marius,
which were then seen for the first time since the administration of
Sulla, for Marius and his son had been adjudged enemies. Some voices
were raised against Cæsar on account of this display, but the people
responded by loud shouts, and received him with clapping of hands, and
admiration, that he was bringing back as from the regions of Hades,
after so long an interval, the glories of Marius to the city. Now it
was an ancient Roman usage to pronounce funeral orations over
elderly women, but it was not customary to do it in the case of young
women, and Cæsar set the first example by pronouncing a funeral
oration over his deceased wife, which brought him some popularity and
won the many by sympathy to consider him a man of a kind disposition
and full of feeling. After the funeral of his wife he went to Iberia
as quæstor to the Prætor Vetus, for whom he always showed great
respect, and whose son he made his own quæstor when he filled the
office of Prætor. After his quæstorship he married for his third wife
Pompeia he had by his wife Cornelia a daughter, who afterwards
married Pompeius Magnus. Owing to his profuse expenditure (and indeed
men generally supposed that he was buying at a great cost a
short-lived popularity, though in fact he was purchasing things of the
highest value at a low price) it is said that before he attained any
public office he was in debt to the amount of thirteen hundred
talents. Upon being appointed curator of the Appian Road, he laid
out upon it a large sum of his own; and during his ædileship he
exhibited three hundred and twenty pair of gladiators, and by his
liberality and expenditure on the theatrical exhibitions, the
processions, and the public entertainments, he completely drowned all
previous displays, and put the people in such a humour, that every man
was seeking for new offices and new honours to requite him with.
Plutarco. Vidas paralelas: César, 5.
Plutarco. Vidas paralelas: César, 5.
lunes, 18 de marzo de 2019
Sila, una vez convertido en el amo de Roma
Sila, una vez convertido en el amo de Roma, no pudiendo conseguir ni con promesas ni por miedo que Cornelia — la hija de Cina, quien había ejercido el poder en solitario— se divorciase de César, le confiscó la dote. La causa de la animosidad de César contra Sila era su parentesco con Mario: en
efecto, Mario el viejo estaba casado con Julia, hermana del padre de César, y de ella tuvo a Mario el Joven, que era primo hermano de César. Al principio Sila, ocupado como estaba en innumerables asesinatos, no se preocupaba de César, pero él, no dándose por contento, se presentó ante el pueblo para solicitar el sacerdocio, aunque era apenas un muchacho. Sila, oponiéndose en secreto, consiguió que César fracasara en su intento y comenzó a pensar en hacerlo desaparecer; cuando algunos le decían que no tenía sentido matar a un muchacho de tan poca edad, él replicó que eran ellos los que no tenían seso si eran incapaces de ver en ese muchacho a muchos Marios. Cuando este rumor llegó a oídos de César, fue a ocultarse durante bastante tiempo entre los sabinos, moviéndose de un sitio para otro; más tarde, cuando a causa de una enfermedad se hacía trasladar de noche a otra casa, cayó en manos de unos soldados de Sila que iban haciendo pesquisas por aquellos lugares para apresar a quienes se escondían. César consiguió persuadir a Cornelio, el comandante del grupo, para que lo
dejara libre previo pago de dos talentos, y acto seguido bajó a la costa y se embarcó para Bitinia con el fin de presentarse ante el rey Nicomedes. Tras pasar cierto tiempo junto a él, se embarcó de regreso y fue apresado en las inmediaciones de la isla Farmacusa por los piratas que por aquel entonces
ya infestaban el mar con grandes escuadras e innumerables embarcaciones.
Plutarco. Vidas paralelas: César, I.
efecto, Mario el viejo estaba casado con Julia, hermana del padre de César, y de ella tuvo a Mario el Joven, que era primo hermano de César. Al principio Sila, ocupado como estaba en innumerables asesinatos, no se preocupaba de César, pero él, no dándose por contento, se presentó ante el pueblo para solicitar el sacerdocio, aunque era apenas un muchacho. Sila, oponiéndose en secreto, consiguió que César fracasara en su intento y comenzó a pensar en hacerlo desaparecer; cuando algunos le decían que no tenía sentido matar a un muchacho de tan poca edad, él replicó que eran ellos los que no tenían seso si eran incapaces de ver en ese muchacho a muchos Marios. Cuando este rumor llegó a oídos de César, fue a ocultarse durante bastante tiempo entre los sabinos, moviéndose de un sitio para otro; más tarde, cuando a causa de una enfermedad se hacía trasladar de noche a otra casa, cayó en manos de unos soldados de Sila que iban haciendo pesquisas por aquellos lugares para apresar a quienes se escondían. César consiguió persuadir a Cornelio, el comandante del grupo, para que lo
dejara libre previo pago de dos talentos, y acto seguido bajó a la costa y se embarcó para Bitinia con el fin de presentarse ante el rey Nicomedes. Tras pasar cierto tiempo junto a él, se embarcó de regreso y fue apresado en las inmediaciones de la isla Farmacusa por los piratas que por aquel entonces
ya infestaban el mar con grandes escuadras e innumerables embarcaciones.
Plutarco. Vidas paralelas: César, I.
jueves, 14 de marzo de 2019
Cuando Mario oyó estas cosas
Cuando Mario oyó estas cosas, sirviéronle de placer y trató
de sosegar a los soldados diciéndoles que de ningún modo
desconfiaba de ellos, sino que, guiado de ciertos oráculos,
aguardaba el tiempo y lugar oportunos para la victoria.
Porque llevaba en su compañía en litera con cierto respeto a
una mujer de Siria llamada Marta, que se decía era profetisa,
y de su orden hacía ciertos sacrificios. Habíala antes
amenazado el Senado porque se mezclaba en estas cosas y en
querer predecir lo futuro; pero después, como acogiéndose a
las mujeres hubiese dado algunas pruebas, y más particularmente
a la de Mario, porque puesta a sus pies había casualmente
adivinado entre los gladiadores quién sería el que venciese,
la mandó ésta adonde estaba Mario, que la miró con
admiración, y por lo común la hacía llevar en litera.
Adornábase para los sacrificios con doble púrpura, y usaba de
una lanza toda en rededor ceñida de cintas y coronas. Tenía
esta farsa en incertidumbre a la mayor parte de las gentes,
no sabiendo si el dar así en espectáculo a aquella mujer
nacía de que Mario lo creyese de veras, o de que lo fingía y
aparentaba. En cuanto al maravilloso prodigio de los buitres,
refiérelo Alejandro Mindio, y es que antes del vencimiento
se aparecían siempre dos en derredor de la hueste, y la
seguían sin desampararla, siendo conocidos por sus collares
de bronce: pues los soldados lograron cogerlos, y puestos los
collares, los soltaron. Desde entonces, reconociendo a los
soldados, les hacían agasajos, y en viéndolos éstos en las
marchas se regocijaban, esperando algún buen suceso.
Mostráronse por aquel tiempo diferentes señales, las que
tenían en general un carácter común; pero de Ameria y Tuderto
se refirió que se veían de noche en el cielo espadas y
escudos de fuego, que al principio se notaban separados, mas
después chocaban unos con otros en la forma y con los
movimientos que lo ejecutan los hombres que pelean, y, por
fin, cediendo unos y siguiendo los otros, todos venían a caer
hacia Occidente. Por el propio tiempo también de Pesinunte
vino Bataces, sacerdote de la gran madre, anunciando que la
Diosa le había hablado desde su tabernáculo diciendo que iban
los Romanos a disfrutar de la victoria y triunfo más señalados.
Diole asenso el Senado, y decretó edificar a la Diosa un
templo en señal de victoria, y cuando Bataces estaba para
comparecer ante el pueblo con el designio de anunciarlo, se
lo estorbó el tribuno de la plebe Aulo Pompeyo, llamándole
impostor y echándole a empellones de la tribuna, lo que sólo
sirvió para conciliar mayor crédito a su narración; porque no
bien se puso Aulo en camino para su casa, disuelta la junta,
cuando se le encendió una tan fuerte calentura, que se hizo
cosa muy notoria y pública entre todos haber muerto de ella
dentro del séptimo día.
Plutarco. Vida de Cayo Mario, 17.
Plutarco. Vida de Cayo Mario, 17.
martes, 11 de septiembre de 2012
El santuario del monte Liceo
Muralla de la antigua fortaleza de Eleutera
¿Por qué los arcadios apedrean a las personas que voluntariamente entran en el santuario del monte Liceo; pero si tales personas entran por ignorancia, los envían a Eleutera?
¿Es porque fueron liberados por lo que esta historia ganó credibilidad y la expresión “enviar a Eleutera” (la ciudad libre) es del mismo tipo que “ir a la tierra de Jauja”?
¿O está de acuerdo con la leyenda, ya que Eleutero y Lébado fueron los únicos hijos de Licaón que no compartieron la abominación dispuesta por Zeus, sino que huyeron a Beocia, y allí hay una unión de ciudadanía entre la gente de Lebadea y los arcadios, y estos en consecuencia envían a Eleutera a los que involuntariamente entran en el santuario inviolable de Zeus?
¿O es como Arquitimo relata en su Historia de Arcadia acerca de ciertos hombres que entraron por ignorancia allí y fueron entregados por los arcadios a los fliasios y por los fliasios a los megarenses y que, mientras eran conducidos de Megara a Tebas, se pararon cerca de Eleutera por la lluvia y los truenos y otras señales del cielo? Por lo cual, de hecho, algunos afirman que aquel sitio adquirió el nombre de Eleutera.
Sin embargo, el relato de que la persona que entra en el santuario del monte Liceo pierde la sombra no es verdad, aunque haya adquirido amplia credibilidad. ¿Es porque el cielo se cubre de nubes y se oscurece sobre los que entran? ¿O es porque el que entra es condenado a muerte y los seguidores de Pitágoras afirman que los espíritus de los muertos no tienen sombra ni pestañean? ¿O es porque es el sol el que causa la sombra, pero la ley priva a los que entran de la luz del sol?
También cuentan esto alegóricamente: el que entra allí es llamado “ciervo”. Por eso, cuando Cantarión el arcadio desertó y se pasó a los eleos mientras estaban en guerra con los arcadios y con su botín cruzó el santuario inviolable, aunque huyó a Esparta después que se hizo la paz, los espartanos lo entregaron a los arcadios, ya que el dios les ordenó devolver al “ciervo”.
¿Es porque fueron liberados por lo que esta historia ganó credibilidad y la expresión “enviar a Eleutera” (la ciudad libre) es del mismo tipo que “ir a la tierra de Jauja”?
¿O está de acuerdo con la leyenda, ya que Eleutero y Lébado fueron los únicos hijos de Licaón que no compartieron la abominación dispuesta por Zeus, sino que huyeron a Beocia, y allí hay una unión de ciudadanía entre la gente de Lebadea y los arcadios, y estos en consecuencia envían a Eleutera a los que involuntariamente entran en el santuario inviolable de Zeus?
¿O es como Arquitimo relata en su Historia de Arcadia acerca de ciertos hombres que entraron por ignorancia allí y fueron entregados por los arcadios a los fliasios y por los fliasios a los megarenses y que, mientras eran conducidos de Megara a Tebas, se pararon cerca de Eleutera por la lluvia y los truenos y otras señales del cielo? Por lo cual, de hecho, algunos afirman que aquel sitio adquirió el nombre de Eleutera.
Sin embargo, el relato de que la persona que entra en el santuario del monte Liceo pierde la sombra no es verdad, aunque haya adquirido amplia credibilidad. ¿Es porque el cielo se cubre de nubes y se oscurece sobre los que entran? ¿O es porque el que entra es condenado a muerte y los seguidores de Pitágoras afirman que los espíritus de los muertos no tienen sombra ni pestañean? ¿O es porque es el sol el que causa la sombra, pero la ley priva a los que entran de la luz del sol?
También cuentan esto alegóricamente: el que entra allí es llamado “ciervo”. Por eso, cuando Cantarión el arcadio desertó y se pasó a los eleos mientras estaban en guerra con los arcadios y con su botín cruzó el santuario inviolable, aunque huyó a Esparta después que se hizo la paz, los espartanos lo entregaron a los arcadios, ya que el dios les ordenó devolver al “ciervo”.
Plutarco. Cuestiones griegas, 39.
martes, 3 de julio de 2012
Las islas de los dioses
Plutarco. La obsolescencia de los oráculos, 18.
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