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martes, 24 de mayo de 2016

Hera y Afrodita


Respondióle Afrodita, hija de Zeus:
— ¡Hera, venerable diosa, hija del gran Cronos! Di qué quieres; mi corazón me impulsa a realizarlo, si puedo y es hacedero.
Contestóle dolosamente la venerable Hera:
— Dame el amor y el deseo con los cuales rindes a todos los inmortales y a los mortales hombres. Voy a los confines de la fértil tierra para ver a Océano, padre de los dioses, y a la madre Tetis, los cuales me recibieron de manos de Rea y me criaron y educaron en su palacio, cuando el longividente Zeus puso a Cronos debajo de la tierra y del mar estéril. Iré a visitarlos para dar fin a sus rencillas. Tiempo ha que se privan del amor y del tálamo, porque la cólera anidó en sus corazones. Si apaciguara con mis palabras su ánimo y lograra que reanudasen el amoroso consorcio, me llamarían siempre querida y venerable.
Respondió de nuevo la risueña Afrodita:
— No es posible ni sería conveniente negarte lo que pides pues duermes en los brazos del poderosísimo Zeus.
Dijo; y desató del pecho el cinto bordado, de variada labor, que encerraba todos los encantos: hallábanse allí el amor el deseo, las amorosas pláticas y el lenguaje seductor que hace perder el juicio a los más prudentes. Púsolo en las manos de Hera, y pronunció estas palabras:
—Toma y esconde en tu seno el bordado ceñidor donde todo se halla. Yo te aseguro que no volverás sin haber logrado lo que te propongas.
Así habló. Sonrióse Hera veneranda, la de los grandes ojos; y sonriente aún, escondió el ceñidor en el seno.

Homero. Ilíada, XIV, 193-223.

Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910.

viernes, 11 de marzo de 2016

Las amenazas de Zeus


Dijo Zeus:
—Tu engaño, Hera maléfica e incorregible, ha hecho que Héctor dejara de combatir y que sus tropas se dieran a la fuga. No sé si castigarte con azotes, para que seas la primera en gozar de tu funesta astucia. ¿Por ventura no te acuerdas de cuando estuviste colgada en lo alto y puse en tus pies sendos yunques, y en tus manos áureas e irrompibles esposas? Te hallabas suspendida en medio del éter y de las nubes, los dioses del vasto Olimpo te rodeaban indignados, pero no podían desatarte —si entonces llego a coger a alguno, le arrojo de estos umbrales y llega a la tierra casi sin vida—, y yo no lograba echar del corazón el continuo pesar que sentía por el divino Heracles, a quien tú, produciendo una tempestad con el auxilio del Bóreas arrojaste con perversa intención al mar estéril y llevaste luego a la populosa Cos, allí le libré de los peligros y le conduje nuevamente a la Argólide, criadora de caballos, después que hubo padecido muchas fatigas. Te lo recuerdo para que pongas fin a tus engaños y sepas si te será provechoso haber venido de la mansión de los dioses a burlarme con los goces del amor.

Homero. Ilíada, XV, 14-33. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

martes, 16 de febrero de 2016

Hera y Atenea desafían a Zeus


La venerable diosa Hera, hija del gran Cronos, aprestó solícita los caballos de áureos jaeces. Y Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida, dejó caer al suelo el hermoso peplo bordado que ella misma tejiera y labrara con sus manos; vistió la coraza de Zeus que amontona las nubes, y se armó para la luctuosa guerra. Y subiendo al flamante carro, asió la lanza ponderosa, larga, fornida, con que la hija del prepotente padre destruye filas enteras de héroes cuando contra ellos monta en cólera. Hera picó con el látigo a los bridones, y abriéronse de propio impulso, rechinando, las puertas del cielo de que cuidan las Horas —a ellas está confiado el espacioso cielo y el Olimpo— para remover o colocar delante la densa nube. Por allí, a través de las puertas, dirigieron aquellas deidades los corceles dóciles al látigo.

El padre Zeus, apenas las vio desde el Ida, se encendió en cólera; y al punto llamó a Iris, la de doradas alas, para que le sirviese de mensajera:
—¡Anda, ve, rápida Iris! Haz que se vuelvan y no les dejes llegar a mi presencia, porque ningún beneficio les reportará luchar conmigo. Lo que voy a decir, se cumplirá: Encojaréles los briosos corceles; las derribaré del carro, que romperé luego, y ni en diez años cumplidos sanarán de las heridas que les produzca el rayo, para que conozca la de los brillantes ojos que es con su padre contra quien combate. Con Hera no me irrito ni me encolerizo tanto, porque siempre ha solido oponerse a mis proyectos.

Homero. Ilíada, VIII, 381-408. Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910.

viernes, 15 de enero de 2016

La amenaza de Hera


Respondióle Hera veneranda, la de los ojos grandes: —¡Terribilísimo Cronión, qué palabras proferiste! ¿Una vez más quieres librar de la muerte horrísona a ese hombre mortal, a quien tiempo ha que el hado condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses te lo aprobaremos. Otra cosa voy a decirte que fijarás en la memoria: Piensa que si a Sarpedón le mandas vivo a su palacio, algún otro dios querrá sacar a su hijo del duro combate pues muchos hijos de los inmortales pelean en torno de la gran ciudad de Príamo, y harás que sus padres se enciendan en terrible ira. Pero si Sarpedón te es caro y tu corazón le compadece, deja que muera a manos de Patroclo en reñido combate; y cuando el alma y la vida le abandonen, ordena a la Muerte y al dulce Hipno que lo lleven a la vasta Licia, para que sus hermanos y amigos le hagan exequias y le erijan un túmulo y un cipo, que tales son los honores debidos a los muertos.
Así dijo. El padre de los hombres y de los dioses no desobedeció, e hizo caer sobre la tierra sanguinolentas gotas para honrar al hijo amado, a quien Patroclo había de matar en la fértil Troya, lejos de su patria.

Homero. Ilíada, XVI, 439-461. (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)

lunes, 23 de noviembre de 2015

Las decisiones de Zeus



Respondió el padre de los hombres y de los dioses: — ¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil aun siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú; pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses no lo preguntes ni procures averiguarlo.

Homero. Ilíada, I, 544-550 (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)

miércoles, 28 de octubre de 2015

El corcel Janto


Janto, el corcel de ligeros pies, bajó la cabeza —sus crines, cayendo en torno de la extremidad del yugo, llegaban al suelo—, y habiéndole dotado de voz Hera, la diosa de los níveos brazos, respondió de esta manera: —Hoy te salvaremos aún, impetuoso Aquileo; pero está cercano el día de tu muerte, y los culpables no seremos nosotros, sino un dios poderoso y el hado cruel. No fue por nuestra lentitud ni por nuestra pereza por lo que los teucros quitaron la armadura de los hombros de Patroclo; sino que el dios fortísimo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera, matóle entre los combatientes delanteros y dio gloria a Héctor. Nosotros correríamos tan veloces como el soplo del Céfiro, que es tenido por el más rápido. Pero también tú estás destinado a sucumbir a manos de un dios y de un mortal.

Homero. Ilíada, XIX, 404-417 (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)

martes, 4 de agosto de 2015

Las Musas


[A las Musas] las alumbró en Pieria, amancebada con el padre crónida, Mnemósine, señora de las colinas de Eleuter, como olvido de males y remedio de preocupaciones. Nueve noches se unió con ella el prudente Zeus subiendo a su lecho sagrado, lejos de los Inmortales. Y cuando ya era el momento y dieron la vuelta las estaciones, con el paso de los meses, y se cumplieron muchos días, nueve jóvenes de iguales pensamientos, interesadas solo por el canto y con un corazón exento de dolores en su pecho, dio a luz aquélla, cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo. Allí forman alegres coros y habitan suntuosos palacios. Junto a ellas viven, entre fiestas, las Gracias e Hímero (el Deseo). Y una deliciosa voz lanzando por su boca, cantan y celebran las normas y sabias costumbres de todos los Inmortales. Aquéllas iban entonces hacia el Olimpo, engalanadas con su bello canto, inmortal melodía. Retumbaba en torno de la oscura tierra el son de sus cantos, y un delicioso ruido subía de debajo de sus pies al tiempo que marchaban al palacio de su padre. Reina aquél sobre el cielo y es dueño del trueno y del llameante rayo, desde que venció con su poder al padre Cronos. Perfectamente repartió por igual todas las cosas entre los Inmortales y fijó sus prerrogativas.

Hesíodo. Teogonía, 53-74.

miércoles, 15 de abril de 2015

Lucha de dánaos y troyanos


Como las olas impelidas por el Céfiro se suceden en la ribera sonora, y primero se levantan en alta mar, braman después al romperse en la playa y en los promontorios, suben combándose a lo alto y escupen la espuma; así las falanges de los dánaos marchaban sucesivamente y sin interrupción al combate. Los capitanes daban órdenes a los suyos respectivos, y éstos avanzaban callados (no hubieras dicho que les siguieran a aquéllos tantos hombres con voz en el pecho) y temerosos de sus jefes. En todos relucían las labradas armas de que iban revestidos. — Los teucros avanzaban también, y como muchas ovejas balan sin cesar en el establo de un hombre opulento, cuando al ser ordeñadas oyen la voz de los corderos; de la misma manera elevábase un confuso vocerío en el ejército de aquellos. No era igual el sonido ni el modo de hablar de todos y las lenguas se mezclaban, porque los guerreros procedían de diferentes países.— A los unos los excitaba Ares; a los otros, Atenea, la de los brillantes ojos, y a entrambos pueblos, el Terror, la Fobo y la Discordia, insaciable en sus furores y hermana y compañera del homicida Ares, la cual al principio aparece pequeña y luego toca con la cabeza el cielo mientras anda sobre la tierra. Entonces la Discordia, penetrando por la muchedumbre, arrojó en medio de ella el combate funesto para todos y acreció el afán de los guerreros.

Homero, Ilíada, IV, 422-445. (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)

lunes, 2 de febrero de 2015

El santuario de Hebe


Ahora añadiré una consideración acerca del más notable de sus famosos monumentos. En la ciudadela de Fliunte hay un bosquecillo de cipreses y un santuario que, desde tiempos antiguos, ha sido tenido por particularmente sagrado. Los antiguos habitantes de Fliunte llamaron a la diosa a la que pertenece el santuario Ganimeda; pero más tarde los autores la llamaron Hebe, a la cual Homero menciona en el duelo entre Menelao y Alejandro, diciendo que ella era la que portaba la copa de los dioses; y otra vez, en el descenso de Ulises al Hades, dice que ella era la esposa de Hércules. Olen, en su himno a Hera, dice que Hera fue criada por las Estaciones y que sus hijos fueron Ares y Hebe. De los honores que los habitantes de Fliunte rinden a esta diosa el más grande es el perdón de los presos suplicantes.

Pausanias. Descripción de Grecia, II, 13, 3.

lunes, 20 de octubre de 2014

Sobre el nacimiento de Afrodita

Herbert James Draper (1863-1920): Las perlas de Afrodita

Citerea: Venus es llamada así por la ciudad de Citera, donde, se dice, llegó al principio sobre una concha cuando nació en el seno del mar.

Festo Gramático. Del significado de las palabras, III, 2.

Cantaré a la majestuosa Afrodita, coronada de oro y hermosa, cuyo dominio son las ciudades amuralladas de Chipre establecidas junto al mar. Allí el aliento húmedo del viento del oeste la hizo flotar en suave espuma sobre las olas del mar cargado de bramidos, y allí las horas fileteadas de oro la recibieron alegremente. La vistieron con prendas celestiales: en su cabeza pusieron una corona de oro hermosa y bien forjada y en sus orejas perforadas colgaron ornamentos de oricalco y oro precioso, y la adornaron con con collares dorados sobre su suave garganta y sus pechos blancos como la nieve, joyas que las Horas ribeteadas de oro llevaban ellas mismas siempre que iban a la casa del padre para unirse a las encantadoras danzas de los dioses. Y cuando la hubieron engalanado completamente, la llevaron a los dioses, que le dieron la bienvenida cuando la vieron, dándole sus manos. Cada uno de ellos rogó poder llevarla a su casa para que fuese su esposa, ya que estaban muy sorprendidos por la belleza de Citerea coronada de violetas.

Himno homérico a Afrodita, VI, 1.1-18

jueves, 2 de octubre de 2014

Los hijos de Tetis y Océano


Tetis con el Océano parió a los voraginosos Oceánidas: el Nilo, el Alfeo, el Erídano de profundos remolinos, el Estrimón, el Meandro, el Istro de bellas corrientes, el Fasis, el Reso, el Aqueloo de plateados remolinos, el Neso, el Rodio, el Haliacmón, el Heptáporo, el Gránico, el Esepo y el divino Simunte, el Peneo, el Hermo, el Ceco de bella corriente, el largo Sangario, el Ladón, el Partenio, el Eveno, el Ardesco y el divino Escamandro. Tuvo también una sagrada estirpe de hijas que por la tierra se encargan de la crianza de los hombres, en compañía del soberano Apolo y de los Rios y han recibido de Zeus este destino: Peito, Admeta, Yanta, Electra, Doris, Primno, la divina Urania, Hipo, Clímene, Rodea, Calírroe, Zeuxo, Clitia, Idía, Pisítoa, Plexaura, la encantadora Galaxaura, Dione, Melóbosis, Toa, la bella Polidora, Cerceis de graciosa figura, Pluto ojos de buey, Perseis, Yanira, Acasta, Jante, la deliciosa Petrea, Menesto, Europa, Metis, Eurínome, Telesto de azafranado peplo, Criseida, Asia, la deseable Calipso, Eudora, Tyche, Ánfiro, Ocírroe y Estigia, la que es más importante de todas. Éstas son las hijas más antiguas que nacieron del Océano y Tetis. Y aún hay otras muchas pues son tres mil las Oceánides de finos tobillos que, muy repartidas, por igual guardan por todas partes la tierra y las profundidades de las lagunas, resplandecientes hijas de diosas. Y otros tantos los ríos que corren estrepitosamente, hijos del Océano, a los que alumbró la augusta Tetis. ¡Arduo intento decir un mortal el nombre de todos ellos! Mas conocen cada uno en particular a aquellos que habitan sus riberas.

Hesíodo. Teogonía, 334-370.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Nacimiento de Afrodita

 Botticelli: El nacimiento de Venus, 1484

En cuanto a los genitales de Urano, desde el mismo instante en que Cronos los cercenó con el acero y los arrojó lejos del continente en el tempestuoso ponto, fueron luego llevados por el piélago durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella nació una doncella. Primero navegó hacia la divina Citera y desde allí se dirigió después a Chipre rodeada de corrientes. Salió del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus delicados pies crecía la hierba en torno. Afrodita la llaman los dioses y hombres, porque nació en medio de la espuma, y también Citerea, porque se dirigió a Citera. Ciprogénea, porque nació en Chipre de muchas olas, y Filomedea, porque surgió de los genitales.

Hesíodo. Teogonía, 188-201.

lunes, 11 de agosto de 2014

Escenas de la lucha ante Troya


Entonces, ya extendida la batalla, cada jefe mató a un hombre: El esforzado hijo de Menetio, el primero, hirió con la aguda lanza a Areilico, que había vuelto la espalda para huir: el bronce atravesó el muslo y rompió el hueso, y el teucro dio de ojos en el suelo. El belígero Menelao hirió a Toante en el pecho, donde éste quedaba sin defensa al lado del escudo, y dejó sin vigor sus miembros. El Filida, observando que Anficlo iba a acometerle, se le adelantó y logró envasarle la pica en la parte superior de la pierna, donde más grueso es el músculo; la punta desgarró los nervios, y la obscuridad cubrió los ojos del guerrero.

De los Nestóridas, Antíloco traspasó con la broncínea lanza a Atimnio, clavándosela en el ijar, y el teucro cayó de pechos en el suelo; el hermano de éste, Maris, irritado por tal muerte, se le puso delante y arremetió con la lanza a Antíloco; entonces el otro Nestórida, Trasimedes, igual a un dios, se le anticipó y le hirió en la espalda: la punta desgarró el tendón de la parte superior del brazo y rompió el hueso; el guerrero cayó con estrépito, y la obscuridad cubrió sus ojos. De tal suerte, estos dos esforzados compañeros de Sarpedón, hábiles tiradores, e hijos de Amisodaro, el que crió la indomable Quimera, causa de males para muchos hombres, fueron vencidos por los dos hermanos y descendieron al Erebo.

Ayante de Oileo acometió y cogió vivo a Cleóbulo, atropellado por la turba; y le quitó la vida, hiriéndole en el cuello con la espada provista de empuñadura: la hoja entera se calentó con la sangre, y la purpúrea muerte y el hado cruel velaron los ojos del guerrero.—Penéleo y Liconte fueron a encontrarse, y habiendo arrojado sus lanzas en vano, pues ambos erraron el tiro, se acometieron con las espadas: Liconte dio a su enemigo un tajo en la cimera del casco, que adornaban crines de caballo; pero la espada se le rompió junto a la empuñadura; Penéleo hundió la suya en el cuello de Liconte, debajo de la oreja, y se lo cortó por completo: la cabeza cayó a un lado, sostenida tan sólo por la piel, y los miembros perdieron su vigor.

—Meriones dio alcance con sus ligeros pies a Acamante, cuando subía al carro, y le hirió en el hombro derecho; el teucro cayó al suelo, y las tinieblas cubrieron sus ojos.— A Erimante metióle Idomeneo el cruel bronce por la boca: la lanza atravesó la cabeza por debajo del cerebro, rompió los blancos huesos y conmovió los dientes; los ojos llenáronse con la sangre que fluía de las narices y de la boca abierta, y la muerte, cual si fuese obscura nube, envolvió al guerrero.

Cada uno de estos caudillos dánaos mató, pues, a un hombre. Como los voraces lobos acometen a corderos o cabritos, arrebatándolos de un hato que se dispersa en el monte por la impericia del pastor, pues así que aquéllos los ven se los llevan y despedazan por tener los últimos un corazón tímido; así los dánaos cargaban sobre los teucros, y éstos pensando en la fuga horrísona, olvidábanse de mostrar su impetuoso valor.

Homero. Ilíada, XVI, 306-357. Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910.

martes, 1 de julio de 2014

Ío y Prometeo

 Gustave Moreau: Prometeo

 ÍO
¿Qué tierra? ¿Dónde estoy?... ¿Quién es este hombre
Clavado en la alta peña?
Algún delito espía... ¿Entre qué gentes
Mi fortuna me lleva?
Punza de nuevo el tábano mi rostro,
Y el Argos terrígena,
Aquel pastor de innumerables ojos,
Mirándome me aterra.
Clava en mí siempre su dolosa vista,
Que ni aun la muerte vela,
Y torna del infierno, y me persigue
Como sombra funesta.
Y mientras huyo por desiertos montes,
Por la abrasada arena,
Suena incesante su encerada caña
Canciones soñolientas.
¡Ay! ¡ay! ¿Cuándo terminas mis dolores?
¿Por qué así me atormentas,
Hijo de Cronos, y en delirio insano
Se agita mi cabeza?
Abráseme tu llama, o en su centro
Sepúlteme la tierra;
Oye mis ruegos, dame como pasto
A las marinas bestias.
Harto he vagado; ni reposo encuentro,
Ni se alivia mi pena.
Oye, Saturnio; tu clemencia invoca
La virgen que astas lleva.
PROMETEO
Ésta es la hija de Inaco, por quién Zeus
Ardió en amor; la que persigue Juno;
La que el tábano hiere peregrina.
ÍO
¿Tú el nombre de mi padre pronunciaste?
¿Quién eres, infeliz? ¿Tú me conoces?
¿Sabes que un monstruo sin cesar me punza?
De su ardiente aguijón y de sus saltos
Huyendo voy; la cólera me sigue
De la implacable Juno. ¿Quién padece
Lo que padezco yo? Dime, si sabes,
Cuándo este mal acabará prolijo;
La virgen vagabunda te lo ruega.
PROMETEO
Yo te diré cuanto saber ansías,
No por enigmas, mas en frase clara,
Como siempre al amigo hablarse debe.
Soy Prometeo, robador del fuego.
ÍO
¡Oh! Tú que tanto bien al hombre diste,
¿Por qué causa padeces?
PROMETEO
No sin llanto
Acabo de narrar mis infortunios.
ÍO
¿Y a mí no los dirás? ¿Quién a esa roca
Aguda te clavó?
PROMETEO
Del Padre Zeus
La voluntad; el arte de Vulcano.
ÍO
¿Y qué delito espías?
PROMETEO
Harto sabes.
ÍO
¿Y mi errante correr, cuándo termina?
PROMETEO
Más te vale ignorarlo que saberlo.
ÍO
Lo que he de padecer, no me lo ocultes.
PROMETEO
No te lo ocultaré. Mas no te envidio.
ÍO
Dímelo todo pronto.
PROMETEO
Pero temo
Tu ánimo perturbar...
ÍO
Nada receles;
Me es grato oírte.
PROMETEO
Pues decirlo es fuerza
Y lo quieres, escucha.

Esquilo. Prometeo encadenado, 451-630. Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo.

lunes, 23 de junio de 2014

El consejo de Aquiles


Dijo Aquiles: - No creo que valga lo que la vida ni cuanto dicen que se encerraba en la populosa ciudad de Ilión en tiempo de paz, antes que vinieran los aqueos, ni cuanto contiene el lapídeo templo del flechador Apolo en la rocosa Pito. Se pueden apresar los bueyes y las pingües ovejas, se pueden adquirir los trípodes y los tostados alazanes; pero no es posible prender ni coger el alma humana para que vuelva, una vez ha salvado la barrera que forman los dientes. Mi madre, la diosa Tetis, de argentados pies, dice que el hado ha dispuesto que mi vida acabe de una de estas dos maneras: Si me quedo a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria, pero mi gloria será inmortal; si regreso perderé la inclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto. Yo aconsejo que todos se embarquen y vuelvan a sus hogares, porque ya no conseguiréis arruinar la excelsa Ilión: el longividente Zeus extendió el brazo sobre ella y sus hombres están llenos de confianza. Vosotros llevad la respuesta a los príncipes aqueos —que esta es la misión de los legados— a fin de que busquen otro medio de salvar las naves y a los aqueos que hay a su alrededor, pues aquel en que pensaron no puede emplearse mientras subsista mi enojo. Y Fénix quédese con nosotros, acuéstese y mañana volverá conmigo a la patria tierra, si así lo desea, que no he de llevarle a viva fuerza.

Homero. Ilíada, IX, 401-429. Traducción de Luis Segalá y Estalella (1910)

lunes, 16 de junio de 2014

El destino de Egisto


Dijo Zeus: —¡Oh Dioses! ¡De qué modo culpan los mortales a los númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de nosotros, y son ellos quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino. Así ocurrió a Egisto que, oponiéndose a la voluntad del hado casó con la mujer legítima del Atrida, y mató a éste cuando tornaba a su patria, no obstante que supo la terrible muerte que padecería luego. Nosotros mismos le habíamos enviado a Hermes, el vigilante Argifontes, con el fin de advertirle que no matase a aquél ni pretendiera a su esposa; pues Orestes Atrida tenía que tomar venganza no bien llegara a la juventud y sintiese el deseo de volver a su tierra. Así se lo declaró Hermes; mas no logró persuadirlo, con ser tan excelente el consejo, y ahora Egisto lo ha pagado todo junto.

Homero. Odisea, I, 32-43. Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1927.

lunes, 9 de junio de 2014

Lauso lucha con Eneas

Louis Léon Cougnot: Mecencio socorrido por su hijo Lauso (1859)

No pasaré en silencio, no, en esta ocasión, ni tu nombre, oh mancebo digno de eterna memoria, ni el duro trance de tu muerte, ni tus heroicos hechos, si las futuras edades pueden dar crédito a tan ínclita hazaña. Inválido ya, arrastrando el pie, doblado el cuerpo por la violencia del dolor, retirábase Mecencio, llevando clavada en el escudo la enemiga lanza, cuando se precipita el joven [Lauso] entre uno y otro armado guerrero, en el momento en que Eneas, alta la diestra iba a descargar sobre Mecencio un tajo; párale Lauso y mientras sus compañeros le aplauden con grandes clamores, retírase el padre protegido por la rodela del hijo. Disparan aquellos a Eneas un diluvio de dardos, acribillándole de lejos; él hirviendo en ira, se mantiene firme, cubierto con su escudo: tal, cuando se precipitan los nubarrones deshechos en granizo, huyen de los campos todos los labradores y zagales; el caminante se guarece en seguro abrigo, ya en las escarpadas riberas de un río, ya bajo la bóveda de un prominente peñasco, mientras el pedrisco inunda la tierra, para poder luego, cuando reaparezca el sol, volver a la diaria faena; así Eneas, cercado de dardos por todas partes, sostiene aquella nube guerrera que descarga y truena sobre él, y en estos términos increpa y amenaza a Lauso: "¿Por qué corres así a la muerte u osas a más de lo que tus fuerzas alcanzan? ¡El amor filial te ofusca, incauto mozo!" No por eso mengua la arrogancia del insensato Lauso, y como va ya subiendo de punto la cólera en el capitán troyano, y ya las Parcas han devanado los últimos estambres de la vida del mancebo, clávale Eneas en mitad del pecho su pujante espada hasta la guarnición, atravesándole el escudo, arma leve para tantas bravatas, y la loriga, que su madre le había bordado con hilos de oro. Llenósele el pecho de sangre, y abandonando el cuerpo, voló triste su espíritu por las auras a la región de los manes; y cuando el hijo de Anquises vio el rostro moribundo, aquel rostro ahora cubierto de asombrosa palidez, exhaló un gemido de profunda compasión, y oprimido su pecho por el recuerdo de su hijo querido, tendió la mano a Lauso, diciéndole: "¿Qué podrá ahora el pío Eneas hacer por ti ¡Oh desventurado mancebo! que sea digno de la gloria que has alcanzado y de tu noble condición? Quédate con tus armas, que te daban tanto gozo; yo haré que vayas a juntarte con los manes y las cenizas de tus padres, si algo es esto para ti: consuele también tu miserable muerte ¡Oh joven infeliz! que has sucumbido a manos del grande Eneas." Al mismo tiempo increpa a los compañeros de Lauso, que tardan en acudir a recogerle, y le levanta del suelo, chorreándole horrible sangre la trenzada cabellera.

Virgilio. Eneida, X, 791-832. Traducción de Eugenio de Ochoa

miércoles, 28 de mayo de 2014

La muerte de Sarpedón


Dijo Zeus a Hera: —¡Ay de mi! El hado dispone que Sarpedón, a quien amo sobre todos los hombres, sea muerto por Patroclo Menetíada. Entre dos propósitos vacila en mi pecho el corazón: ¿lo arrebataré vivo de la luctuosa batalla, para dejarlo en el opulento pueblo de la Licia, o dejaré que sucumba a manos del Menetíada?

Respondióle Hera veneranda, la de los ojos grandes: —¡Terribilísimo Cronión, qué palabras proferiste! ¿Una vez más quieres librar de la muerte horrísona a ese hombre mortal, a quien tiempo ha que el hado condenó a morir? Hazlo, pero no todos los dioses te lo aprobaremos. Otra cosa voy a decirte que fijarás en la memoria: Piensa que si a Sarpedón le mandas vivo a su palacio, algún otro dios querrá sacar a su hijo del duro combate pues muchos hijos de los inmortales pelean en torno de la gran ciudad de Príamo, y harás que sus padres se enciendan en terrible ira. Pero si Sarpedón te es caro y tu corazón le compadece, deja que muera a manos de Patroclo en reñido combate; y cuando el alma y la vida le abandonen, ordena a la Muerte y al dulce Hipno que lo lleven a la vasta Licia, para que sus hermanos y amigos le hagan exequias y le erijan un túmulo y un cipo, que tales son los honores debidos a los muertos.

Homero. Ilíada, XVI, 433-457. (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)

viernes, 23 de mayo de 2014

El destino de Héctor


El divino Aquileo hacía con la cabeza señales negativas a los guerreros, no permitiéndoles disparar amargas flechas contra Héctor: no fuera que alguien alcanzara la gloria de herir al caudillo y él llegase el segundo. Mas cuando en la cuarta vuelta llegaron a los manantiales, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en la misma dos suertes —la de Aquileo y la de Héctor domador de caballos— para saber a quién estaba reservada la dolorosa muerte; cogió por el medio la balanza, la desplegó, y tuvo más peso el día fatal de Héctor que descendió hasta el Hades. Al instante Febo Apolo desamparó al troyano. Atenea, la diosa de los brillantes ojos se acercó al Pelida, y le dijo estas aladas palabras:
- Espero, oh esclarecido Aquileo, caro a Zeus, que nosotros dos proporcionaremos a los aqueos inmensa gloria, pues al volver a las naves habremos muerto a Héctor, aunque sea infatigable en la batalla. Ya no se nos puede escapar, por más cosas que haga el flechador Apolo, postrándose a los pies del padre Zeus, que lleva la égida. Párate y respira; e iré a persuadir a Héctor para que luche contigo frente a frente.

Homero. Ilíada, XXII, 205-223. (Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910)

martes, 20 de mayo de 2014

La balanza de Zeus


Al amanecer y mientras iba aumentando la luz del sagrado día, los tiros alcanzaban por igual a unos y a otros, y los hombres caían.Cuando el sol hubo recorrido la mitad del cielo, el padre Zeus tomó la balanza de oro, puso en ella dos suertes—la de los teucros, domadores de caballos, y la de los aqueos, de broncíneas corazas—para saber a quien estaba reservada la dolorosa muerte; cogió por el medio la balanza, la desplegó y tuvo más peso el día fatal de los aqueos. La suerte de éstos bajó hasta llegar a la fértil tierra, mientras la de los teucros subía al cielo. Zeus, entonces, truena fuerte desde el Ida y envía una ardiente centella a los aqueos, quienes, al verla, se pasman, sobrecogidos de pálido temor.

Homero. Ilíada, VIII, 66-77. Traducción de Luis Segalá y Estalella, 1910.