domingo, 7 de abril de 2019

Él pasó la jornada a la vista de todos

Él pasó la jornada a la vista de todos, asistiendo como espectador a unos combates de gladiadores; un poco antes de anochecer tomó un baño y entró en el comedor, donde estuvo por poco tiempo con los invitados a la cena; cuando había ya oscurecido se levantó, departió amablemente con los presentes y les pidió que aguardasen su vuelta; con anterioridad había dicho a unos pocos de sus amigos que lo siguieran, pero no todos por el mismo camino sino cada uno por un sitio. Montó en uno de los carruajes de alquiler y en un primer momento se dirigió por otro camino, pero después torció en dirección a Ariminio. Una vez llegado al río que separa la Galia Cisalpina del resto de Italia—Rubicón es su nombre— , se puso a reflexionar, pues según se iba aproximando más y más al peligro sentía vértigo ante la envergadura de su propia audacia; después detuvo la marcha. Mientras duró esta parada, en silencio y para sí mismo sopesó repetidamente su decisión, oscilando entre una y otra posibilidad y cambiando innumerables veces de opinión; también comunicó largamente sus dudas con los amigos presentes, entre ellos Asinio Polión, tratando de conjeturar los grandes males que causaría a la humanidad el paso del río y también la memoria de la posteridad sobre este episodio. Finalmente, cediendo a un impulso, como si abandonara la reflexión y se dejara llevar hacia el futuro, pronunció la frase que es el preludio común de quienes se lanzan a empresas difíciles y osadas: «Lancemos el dado», y procedió a cruzar el río. El resto del trayecto lo hizo ya a la carrera, y cayendo sobre Ariminio antes del alba ocupó la ciudad. Se dice también que la noche antes del paso del río tuvo un sueño nefando, pues le pareció tener comercio inconfesable con su propia madre.

Plutarco. Vidas paralelas. Julio César, 32.

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